Padres pendientes de que los amen antes que de educar

Padres pendientes de que los amen antes que de educar

Un fenómeno que también hace a los padres débiles frente a sus hijos es el de aquellos que, con sus actitudes condescendientes, buscan que sus hijos los admiren y quieran.

Están pendientes de si sus hijos les dicen con frecuencia cuánto los aman, de si están orgullosos de ellos como padres, de si lo saludan efusivamente en los momentos especiales como cumpleaños y demás. Frente a sus hijos desean ser padres estelares, por eso no ponen muchos límites, ni confrontan, y siempre que pueden otorgan sobreatenciones, dan todo tipo de beneficios, regalan de más, permiten de más. Y los hijos aprovechan esta necesidad de sus padres y aprenden lo que tienen que decir y hacer para recibir lo que se les ocurra.

Se trata ante todo de papás con una baja autoestima que expresan en la crianza, con la necesidad de que sus hijos les levanten su autovalía. Algunos, en un extremo, han soñado con eso desde el inicio, consciente o inconscientemente: tener hijos que los llenen de amor a ellos, a sus casas, ver en su descendencia un motivo para colorear sus días. Incluso al tener a sus hijos, sobre todo al primero, verlo una chance de ser dueños de algo, de irse de la casa de sus padres, de poseer una vida propia con algún sentido.

Pero no olvidemos algo, el amor es poder ser con alguien, nunca de alguien, esto cuenta para todos los amores.

Los hijos no deben ser peluches que nos hagan compañía, no están para querernos, contenernos y escuchar nuestros problemas. Nosotros los adultos estamos para hacer eso con ellos. Una criatura no debería llegar al mundo para llenar a personas vacías. Una criatura debería llegar al mundo a desarrollarse ella, y para eso contar con dos personas bien paradas dando servicios de preparación y entrenamiento.

Otra derivación de esta autoestima paterna baja es la modalidad padres autoritarios, aquellos que quizás en el único lugar de su vida en donde sienten poder y control de algo es en su casa, teniendo a sus hijos a cargo. Disfrutan demasiado de mandar, de que los obedezcan, de encontrar a cada instante la posibilidad de tener la última palabra para dar permisos, para opinar, para decidir lo que sea según ellos y solo ellos.

Ambos estilos de padres, los que buscan la adulación o los que buscan la dominación de sus hijos, caen en un egocentrismo injusto, en el que ellos son los que cuentan, y claramente es a la inversa, que son los niños los que necesitan de verdad de sus papás.

Bienestar no es felicidad

Es muy usual escuchar la siguiente expresión de algunos padres, alarmados ante algún disgusto con sus hijos: si le dimos todo.

Existió en los orígenes de Argentina, a fines del siglo XIX y hasta mitad del siglo XX, una clase social inmigrante (principalmente europea y en menor medida de Oriente Medio, árabes y judíos) que realmente tuvo que hacerse desde bien abajo, por no decir desde lo más abajo que una persona podría encontrarse para armar su vida. Llegaron a esta región escapando de persecuciones o de la guerra. De cada 10 habitantes, 3 eran extranjeros, y Argentina fue el segundo país en caudal de inmigración.

De modo que socialmente se instaló la idiosincrasia inmigrante de trabajar duro para cubrir las necesidades básicas. De ahí que la expresión le dimos todo puede contener esa célula social: la de la lucha por la subsistencia, en ese caso, que alcance para la educación, los útiles, las zapatillas, la ropa, la comida diaria, etcétera.

El asunto es que la media social actual de Argentina logra cubrir esas necesidades básicas y el no te faltó nada ya no puede aludir a las zapatillas y el plato de comida. Hoy deberíamos estar atentos a necesidades más elevadas, ya que en general tenemos posibilidades de eso. No existen para la mayoría las privaciones de la época de la inmigración como para quedar obsesionados con trabajar y trabajar y ahorrar para cuando falte. Para la media, es hora de algo más fino que la estufa y comer caliente. Es tiempo de mirar los asuntos del alma, es tiempo de la felicidad en el hogar.

Ahora bien, hoy ¿qué sería le di todo? ¿Un buen colegio, un buen jean, unas buenas vacaciones, un equipo de audio de última generación? En la actual sociedad de consumo desenfrenado que habitamos es habitual que nos desplomemos en un laberinto, el de creer que tener prosperidad es estar feliz, que dar bienestar es dar amor. Los bienes materiales nos otorgan a lo sumo placeres, pero no felicidad, valores, proyectos, referencias. Tampoco es un valor, un ejemplo, rompernos el lomo muchas horas en el trabajo para que no les falte ninguna de estas comodidades de consumo a nuestros hijos.

Y si nos referimos a casas en las que cuesta mucho traer el dinero para cubrir lo básico de la subsistencia, esos adultos deberían transmitir con claridad el esfuerzo que hacen, que los hijos tomen conciencia de que las cosas allí hay que valorarlas y también hay que colaborar en lo que sea. Porque se ve que, en familias con estas limitaciones, los padres quizás no enseñan a valorar los esfuerzos que hacen y malgastan el dinero en caprichos, suyos y de sus hijos.

Tanto el que tiene y sigue deseando adquirir como el que protesta porque no llega a adquirir todas esas comodidades está poniendo al dinero como valor supremo. Considera que es lo que lo hace importante ante los demás, lo que otorga sentido a su vida, lo que hay que perseguir a cualquier precio, así sea renunciando a horas de presencia en la casa, estresándose, andando enfermo, de mal humor. Esto opera igual en padres y madres, ya que la igualdad de género llegó y en el ámbito laboral es donde más progresos se observan.

En realidad, dar todo como padres es dar afecto, es estar junto a nuestros hijos conociéndolos, guiándolos, viendo qué les pasa. De modo que debemos preguntarnos si trabajamos y compramos tanto por necesidad o por elección.

Hoy se trabaja más para conquistar ese nivel de vida, y dejamos en segundo plano los afectos, los vínculos primordiales. Vivimos llenos de goces, pero insatisfechos, cuando no tristes y vacíos. Y así nuestros hijos crecen solos porque estamos detrás de este objetivo la mayor parte de nuestro tiempo, nuestras mejores energías y capacidades las gastamos en conseguir progresar (decimos), entendiendo por progreso quizás solo el material.

Los trabajadores endeudados son una clase social nueva. Tenemos que volver a aprender algo: no vivir por encima de nuestras posibilidades, algo que la clase inmigrante tenía muy claro, porque nos acostumbramos a la soga en el cuello cada mes, que nos da un semblante de preocupación y cansancio que es la cara que le mostramos a nuestros hijos. “La sociedad del cansancio” lo denomina Byung Chul Han. Todo por las altas expectativas en el estatus de vida que deseamos tener, y a veces más mostrar, ya que el exhibicionismo con el que se vive hoy hace que la vida sea un escaparate, cuando no un reality show que se ostenta por las redes sociales.

Con nuestros hijos compartimos el rato que nos queda, les dejamos las limosnas de nuestro tiempo, de nuestras ganas, con este pésimo ejemplo a seguir: el de que es más importante lo material que lo humano, el placer que la felicidad.

Dar todo no es estar con los chicos en un lindo lugar sin prestarles atención o tratando de sacárselos de encima para que no nos interrumpan en lo nuestro. Es conectarnos con ellos, renunciar a nuestras cosas para compartir momentos, conversar, ver sus inquietudes, intentar darles herramientas para que resuelvan sus búsquedas y sus problemas vitales.



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  1. Luis Palacios
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    El libro sobre los hijos que es mejor educar que darle cosas materiales es interesante. Me gusta.

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