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¿Dónde, cómo se forjan nuestras creencias profundas, esas que dan sentido a nuestra vida? En una gran medida, en el ámbito de la familia. El testimonio de nuestros padres nos inclina en un sentido o en otro, nos hace ver las cosas desde una perspectiva.
El cincuentenario del Concilio Vaticano II, el Año de la fe y el testimonio y servicio del Papa Francisco nos estimulan a un mayor y más profundo compromiso evangelizador. El Evangelio, como propuesta de vida y acontecer amoroso de Dios en Jesús, es la gran oferta que la Iglesia hace al mundo. La evangelización es signo ineludible de la fe…
La vida consagrada no envejece. Ya ha envejecido, al menos en Europa. Los religiosos y religiosas viven con no pocas preocupaciones y preguntas con ocasión de este hecho. ¿Podemos sentirnos igualmente apasionados por Jesús y su proyecto al ver que se puede acabar nuestra historia? ¿Morirá nuestro carisma? ¿Quién y cómo nos cuidamos ahora que somos mayores y necesitamos ayuda?
Guía para un mes de ejercicios en clave de justicia.
Puestos con el Hijo quiere sintetizar en una frase toda la dinámica espiritual de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. El título resalta la sabiduría clave de la espiritualidad de dejarse llevar; pone de relieve la pasiva actividad que implica demandar ser puesto bajo la bandera de Jesús.
Al hablar de gestos, nos situamos en el nivel de la experiencia corporal. El cuerpo es un lugar decisivo para entrar en contacto no solo con nosotros mismos y nuestra experiencia interior, sino también con Dios. El cuerpo es un compañero importante en el camino de nuestra maduración humana y también en nuestro camino espiritual, un barómetro infalible de la calidad de nuestra relación con Dios.
El yo es fuente inevitable de sufrimiento, porque, en su afán de autoafirmarse, identificándose con la mente, nos aleja de la realidad y de la vida. Consciente del destino a donde el yo conduce, del sufrimiento que genera y de la ignorancia y mentira en que nos envuelve, nos resultará fácil reconocer la necesidad y la importancia de liberarnos de él. Y, dado que el yo solo vive y es alimentado
Hay un espacio en mí sobre el cual nadie tiene poder. Es el espacio donde Dios habita en mí. Allí entro en contacto con mi verdadero yo. Allí soy por entero yo mismo. Allí mi yo está protegido. Allí crece mi autoestima y soy cada vez más yo mismo.
En ese espacio nos sentimos seguros y podemos escapar de la tiranía de la cotidianeidad y concentrarnos en nosotros mismos. En él llegamos a ser libres.
Todos llevamos una fuerza interior capaz de transformar el mundo. Siendo felices en Dios podemos subir a la cumbre, entrar en un misterio de amor que nos sobrepasa para luego bajar al mundo como lámparas de Dios que quieren iluminar y penetrar en la realidad dando sabor a la vida.