Acoger al niño o niña interior
Reconectar con el propio valor y la propia bondad
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Reconectar con el propio valor y la propia bondad
En todas las historias de Un resplandor inesperado, sus protagonistas seguían el curso de sus vidas cuando irrumpió una realidad nueva y luminosa no prevista.
No es lo mismo hablar del duelo que ser traspasado por él. El autor reflexionaba acerca de las pérdidas y los duelos en un libro, ya impreso, pero que aún no había visto la luz –fue publicado unos días más tarde en esta misma editorial–, cuando padeció la repentina pérdida de su esposa, víctima de un brutal y violento atropello.
Javier Urra se adentra en la exploración de la condición humana en su último libro, La vida íntima. Como destacado psicólogo clínico, Urra nos lleva en un viaje hacia la comprensión de un fenómeno que plantea: el desencantamiento del mundo y el sufrimiento que esto conlleva, todo ello enraizado en la creciente desconexión de la trascendencia.
El libro que presentamos trata del sacerdocio de las mujeres en nuestra Iglesia, una cuestión controvertida.
A diferencia de otros estudios al respecto, el nuestro se centra en un elemento que nos parece importante para una reflexión seria y que pocas veces se tiene en cuenta: la vocación al presbiterado vivida en primera persona.
El libro que tienes en tus manos es un libro de salmos. Un salmo es una comunicación musical que tiene el hombre con Dios. La canción va del hombre a Dios y viceversa. La función del salmo es crear una atmósfera idónea para mover al Espíritu. ¿Y la música?, podréis decir, ¿dónde se encuentra aquí? La música la pone el estado de gracia desde el que está escrito. Es la música del palpitar de un corazón enamorado. No se precisa más para que se produzca ese movimiento del Espíritu que nos toca y nos conmueve.
Todo se ventila en la comprensión de lo que somos. Sin ella, naufragamos en la ignorancia, nos perdemos en la confusión y nos hundimos en el sufrimiento. ¿Qué tener en cuenta para que las pérdidas, no solo no nos hundan en el sufrimiento, sino que puedan abrirnos las puertas a la comprensión?
¿Cómo motivarnos para un cuidado humanizado? ¿Qué nos motiva y qué nos desmotiva, para ser felices en las relaciones de ayuda, a la vez que eficaces?
A partir del s. III y hasta el día de hoy, la Iglesia ha concedido más importancia a la Religión que al Evangelio, de forma que presenta y vive el cristianismo como una Religión que se funde y se confunde con el Evangelio. Y ello a pesar de que la Religión se enfrentó al Evangelio hasta tal punto que fueron sus propios dirigentes –los sacerdotes– quienes condenaron a Jesús a muerte. Ellos fueron los primeros en darse cuenta de que el Evangelio era la amenaza y la ruina de la Religión.
Una Religión que es la divinización de lo humano, mientras que el Evangelio supone la humanización de lo divino. ¿Por qué, entonces, está más presente en la Iglesia la Religión que el Evangelio? Sencillamente, porque los rituales de la Religión tranquilizan nuestra conciencia, mientras que las exigencias del Evangelio nos plantean el despojo de la riqueza y, sobre todo, del propio yo, lo que resulta muy difícil de aceptar para la mayoría de las personas. Esto ha llevado a una disminución de la relevancia de la Religión y a una desconexión con las necesidades de la sociedad actual.
Si el poder de la escucha es inmenso, el de la palabra es indiscutible. Anhelamos la escucha especialmente cuando sufrimos. La necesitamos como la cierva sedienta busca el agua. Buscamos la escucha y esperamos la palabra: la palabra oportuna, comprensiva, adecuada, la que sostiene y, en su caso, orienta, ilumina, conforta, consuela.