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Todo se ventila en la comprensión de lo que somos. Sin ella, naufragamos en la ignorancia, nos perdemos en la confusión y nos hundimos en el sufrimiento. ¿Qué tener en cuenta para que las pérdidas, no solo no nos hundan en el sufrimiento, sino que puedan abrirnos las puertas a la comprensión?
A partir del s. III y hasta el día de hoy, la Iglesia ha concedido más importancia a la Religión que al Evangelio, de forma que presenta y vive el cristianismo como una Religión que se funde y se confunde con el Evangelio. Y ello a pesar de que la Religión se enfrentó al Evangelio hasta tal punto que fueron sus propios dirigentes –los sacerdotes– quienes condenaron a Jesús a muerte. Ellos fueron los primeros en darse cuenta de que el Evangelio era la amenaza y la ruina de la Religión.
Una Religión que es la divinización de lo humano, mientras que el Evangelio supone la humanización de lo divino. ¿Por qué, entonces, está más presente en la Iglesia la Religión que el Evangelio? Sencillamente, porque los rituales de la Religión tranquilizan nuestra conciencia, mientras que las exigencias del Evangelio nos plantean el despojo de la riqueza y, sobre todo, del propio yo, lo que resulta muy difícil de aceptar para la mayoría de las personas. Esto ha llevado a una disminución de la relevancia de la Religión y a una desconexión con las necesidades de la sociedad actual.
Si el poder de la escucha es inmenso, el de la palabra es indiscutible. Anhelamos la escucha especialmente cuando sufrimos. La necesitamos como la cierva sedienta busca el agua. Buscamos la escucha y esperamos la palabra: la palabra oportuna, comprensiva, adecuada, la que sostiene y, en su caso, orienta, ilumina, conforta, consuela.
La palabra interior, la siempre naciente, esa que brota del aliento anterior a todo decir. Esta palabra interior es la que encontramos en Gratitud, diciéndose una y otra vez, irrumpiendo, pero sin romper el Silencio, porque es uno con ella, porque la recibe gozoso como fuente de la que proviene, como encuentro largamente anhelado.
Este libro es el segundo volumen de oraciones de agradecimiento para humanizar la cotidianeidad. Quiere cultivar un espíritu saludable, poniendo palabras al reconocimiento de lo que de bien recibimos cada día.
Hay cristianos que han oído hablar del mindfulness por recomendación de su médico, terapeuta o amigos. Al acercarse a esta práctica, quizás hayan leído que tiene raíces budistas, o que puede provocar problemas psicológicos, mientras que otras fuentes afirmarán su efectividad contra la ansiedad y el estrés.
Las páginas de este libro son una invitación a convertir el mirar y el escuchar en un acto de reconciliación con la Vida y de aceptación de lo que sucede.
Es un texto que, más que informar, quiere inspirar a quien, sin prisas y pausadamente, se acerque a él para leerlo, escucharlo y acariciarlo. Para quien sepa descubrirlo, está cargado de sugerencias vivenciales.
El libro que tienes en tus manos es a la vez un libro muy profundo, porque cuenta toda la vida de Jesús en los Cuatro Evangelios, y un libro muy sencillo y agradable de leer, pues está escrito en lenguaje actual, en lenguaje corriente, sin esfuerzos de estilo.
Los seres humanos somos una realidad bio-psico-socio-cultural-espiritual. Poseemos, más allá del cerebro, la mente, la conciencia, una extraordinaria capacidad para interpretar el mundo y darle respuesta. Este libro diferencia espiritualidad de religión, pero no las enfrenta, acompaña en una búsqueda honesta, no presa de sectarismo confesional, ni de dogmatismo escéptico. Incide en que el amor da sentido a la vida, que soy un ser en el mundo con los demás y para los demás.
Para sorpresa general, la espiritualidad es un valor en alza. Pero, en realidad, la emergencia espiritual de la que somos testigos no resulta algo extraño: liberada de lastres del pasado y de superficialidades posmodernas, espiritualidad es sinónimo de profundidad humana y, por tanto, de fraternidad universal.
Cualquier intento de reparar la conmoción radical que provoca el suicidio merece atención y admiración. Ante una de las mayores dificultades a la que puede enfrentarse un ser humano, toda la ayuda y toda la compasión son pocas. Por eso, este libro ocupa un lugar imprescindible y crea un espacio de acogida para quienes viven el duelo de un suicidio.