Aunque vieja tierra de cristiandad, Europa ha sido recorrida sin cesar por misioneros desde principios de la Edad Media hasta el siglo XX. El peligro de herejía aparecía en el pueblo en forma de predicador forastero con ideas seductoras y verbo arrebatador. Los misioneros fueron los que despertaron a los cristianos enseñándoles o reenseñándoles los rudimentos de su fe y preocupándose por extender su actividad hasta los pueblos y aldeas más recónditos.
Pero, allí, advirtieron enseguida que no harían entrar a Dios en la vida de estos campesinos si no lo presentaban primero como un Dios de carne, hombre entre los hombres y sufriente entre ellos, y que predicar el puro desinterés evangélico cuando el hambre y la miseria amenazaban surtiría poco efecto. Una inflexión del cristianismo se preparaba, anunciando una religión en la que la tierra y los problemas de los hombres ocuparían un espacio más amplio. La distribución, aún hoy, de los países que han permanecido fieles al catolicismo reproduce, con escasas diferencias, el mapa de las misiones más intensas y numerosas de la época de las Luces, poniendo de manifiesto la fuerza con que contribuyeron a la construcción del catolicismo moderno.