La palabra interior, la siempre naciente, esa que brota del aliento anterior a todo decir. Esta palabra interior es la que encontramos en Gratitud, diciéndose una y otra vez, irrumpiendo, pero sin romper el Silencio, porque es uno con ella, porque la recibe gozoso como fuente de la que proviene, como encuentro largamente anhelado.
¿Por qué “gratitud” cuándo se vive en el dolor, en la ausencia, en la noche? Nos responde el autor: desde la fragilidad, desde la vulnerabilidad, porque he comprobado en mí mismo, no por mí mismo, que es entonces cuando tu misericordia, tu compasión, llena de contenido ese vacío mío. Esta es la grandeza de este libro, el lugar desde el que está escrito, ese fondo último de la persona que la conecta con el Fondo del que proviene y que la sustenta. Este lugar da cobijo a toda aflicción.
El autor va tocando, al comenzar cada uno de los textos, versículos de la Biblia, poemas, textos de los maestros de la Iglesia, como teclas de un piano que dan entrada a la composición de una melodía. Esa música nos va dejando en el corazón algunas notas repetidas, entre las que resaltan la gratitud y un extremado amor.
En este libro se respira el aroma de la gratitud, aún en la noche, por la imbatible confianza que consigue contagiarnos el autor: sé bien que al declinar el día no hay noche, por muy oscura que ella fuere… la noche se halla preñada de tu alba.
Las bellas y sencillas imágenes de Paloma San Román ponen alas a las palabras del autor, no para alejarlas, sino para acercarlas, más aún si cabe, al lector.