En estas páginas exploramos diferentes vínculos que tiene este mundo digital –real– con el duelo. El sufrimiento que experimentamos con ocasión de la pérdida de un ser querido y de cualquier cosa, entra en el mundo virtual de diferentes maneras. La posibilidad de ayudarnos también. Los riesgos, igualmente.

¿Ayudan los rituales digitales, los cementerios virtuales, las cuentas in memoriam, los deadbots para interactuar con nuestros seres queridos fallecidos, los códigos QR en las lápidas…?

Está claro que el mundo digital puede generar un gran bien para la humanidad, nos puede permitir una cultura de encuentro, conocimiento, relación. Puede ayudarnos a vincularnos saludablemente con altos potenciales de conexión. Pero solo será así si lo impregnamos de los valores más genuinamente humanos.

Como el agua, sin cauce, sigue su curso según la geografía del entorno, también las tendencias en el uso de las tecnologías irán por su propio cauce, no necesariamente humanizado. El autor apuesta por una reflexión sobre las posibilidades que nos ofrecemos a nosotros mismos con la tecnología, para no estar al servicio de las leyes descontroladas que llevaran a pensar que toda nueva posibilidad en el mundo digital es, por sí mismo, valor añadido.