Comprender la ira

Comprender la ira

Me alienta encontrar tanto ingenio en ti como para que pienses en las consecuencias y elijas tu camino con la razón, y no solo con la pasión.
—Deborah J. Lightfoot

Jerold había luchado desde muy joven para sentirse seguro y responsable. Había sufrido acoso escolar a una edad temprana y parecía no encontrar la mejor manera de gestionar las emociones que experimentaba en esos momentos. Jerold sentía tristeza y humillación. Cuando estaba solo, fantaseaba con la idea de vengarse de los acosadores y devolverles el golpe para detener sus burlas. Su resentimiento crecía y la sensación de estar fuera de control le perseguía. Con el tiempo, empezó a devolver el golpe y a actuar en base a su ira.

Durante su adolescencia, Jerold se vio implicado en numerosas peleas caracterizadas por el resentimiento y la furia. Jerold empezó a encarnar la ira. Para los demás, parecía enfadado la mayor parte del tiempo. Su comportamiento era amenazador, y quienes le rodeaban llegaron a comprender lo corta que era su mecha para la ira. Jerold respondía a menudo a pequeños y grandes enfrentamientos con estallidos de ira. Golpeaba las paredes, rompía cosas y atacaba físicamente a quienes estaban en desacuerdo con él. Jerold pasó un tiempo en la cárcel y perdió muchas amistades y parejas sentimentales que no toleraban su humor. La tristeza y humillación de su infancia nunca tuvieron la oportunidad de sanar a través de conexiones amables y de apoyo. A pesar de sus esfuerzos por obtener el control a través de la violencia, Jerold siguió sintiéndose fuera de control.

Ángela aprendió de pequeña que la ira “no estaba permitida”. Creció en una familia con reglas muy severas y un padre autoritario, que proclamaba a menudo que él era la única persona de la familia a la que se le permitía enfadarse. Cualquier expresión de ira por parte de los demás miembros de la familia era castigada o desaconsejada enérgicamente. Ángela fue testigo de cómo, presa de ataques de ira, su soliviantado padre a veces la golpeaba a ella o a su madre y hermano. Empezó a entender que la ira era algo tan aterrador como poderoso.

A pesar de esta historia, Ángela seguía sintiendo ira. Podía detectar sus sentimientos de ira, advirtiendo que comprendían desde la molestia hasta la irritación y la furia. Sin embargo, cualquiera persona que se relacionara con ella nunca sabría que tenía estas experiencias. Había aprendido a ocultar sus emociones, reprimiéndolas profundamente, sin expresarlas jamás. Estar enfadada significaba recibir un castigo, de manera que Ángela tenía miedo de manifestar su enfado. En lugar de hacer valer sus necesidades y mostrar sus emociones, aceptaba tranquilamente las situaciones que exigían su enfado, sometiéndose a los demás. Pero este comportamiento le salía caro, puesto que a menudo se aprovechaban de ella y rara vez defendía sus propios intereses.

Definir la ira

Podemos distinguir en la experiencia de la ira cuatro componentes generales: (1) un fuerte sentimiento de desagrado acompañado de una serie de (2) experiencias o sensaciones fisiológicas, (3) pensamientos y (4) acciones. Cuando alguien se siente enfadado y lo expresa externamente, tiene una mezcolanza de sentimientos de desagrado intensos. Puede experimentar enrojecimiento en la cara y tensión en los músculos, pensamientos repetitivos sobre el incidente que le ha hecho enfadar y acciones como dar portazos o lanzar cosas. Otro ejemplo de alguien que reprime la ira podría incluir un intenso sentimiento de desagrado, así como una sensación de hundimiento en el estómago, pensamientos ansiosos sobre esconderse o huir, y el intento de escapar de la escena.

Aunque podemos nombrar estas categorías de sentimientos, experiencias o sensaciones fisiológicas, pensamientos y acciones, reconocemos que, cuando alguien está muy enfadado, puede que no sea tan fácil clasificarlas en el momento. Estas experiencias aparecen mezcladas. Por ejemplo, algunas personas dicen que, cuando se sienten enfadadas, “ven rojo”, una experiencia que es a la vez una sensación fisiológica y un pensamiento. Hay personas que, cuando se enfadan, se ponen literalmente rojas y experimentan una sensación de calor. También pueden decir que su visión se reduce y que realmente perciben dicho color. Ven y sienten el color rojo.

Las acciones de la ira pueden parecer el propio sentimiento de ira. Por ejemplo, a menudo se culpa a ese sentimiento de lanzar cosas, como si la ira provocase que alguien lanzara objetos. Por lo tanto, aunque separemos la experiencia de la ira en cuatro componentes generales –sentimientos de desagrado acompañados de sensaciones, pensamientos y acciones–, reconocemos que este sentimiento es complejo. De entrada, exploraremos las experiencias de ira según estas categorías generales. Pero, en primer lugar, debemos reconocer que la ira se ubica en un continuo y que cada uno de nosotros tiene su propia historia de aprendizaje en relación con ella. Observemos más de cerca.

Los polos opuestos de la ira

Las dos historias de ira que aparecen al principio de este capítulo representan los posibles polos de dicha emoción: Jerold, que representa la reactividad total en un extremo del polo, y Ángela, que representa la supresión total en el otro extremo. Es posible que se haya reconocido de manera parcial o completa en una de ambas historias. También es posible que haya reconocido a alguien a quien conoce. Asimismo, cabe la posibilidad de que se haya identificado solo con una mínima porción de esas historias. Cualquier reacción es positiva. Todos tenemos nuestras propias historias de ira, y hay una amplia gama de experiencias relacionadas con ella entre ambos extremos.

Aunque a menudo se describe que el color relacionado con la ira es el rojo, tiene, sin embargo, muchos colores. La ira es multidimensional, por lo que cada uno de nosotros tiene muchas formas de sentirla y expresarla. Podemos observar esto con nuestros propios sentimientos de ira, dado que a veces la escondemos y otras veces actuamos en base a ella. De hecho, las expresiones y los sentimientos relacionados con la ira son muy diferentes y suelen depender de la situación en la que se producen. Por ejemplo, aunque por lo general reaccionamos de manera exagerada cuando estamos enfadados, también podemos reparar en ocasiones en las que hemos estado enfadados, pero no reaccionamos de forma exagerada. Tal vez la situación o el contexto nos obligaron a modular nuestra respuesta (si la policía estaba presente, por ejemplo). Si tendemos a no reaccionar ante el enfado, a menudo reprimiéndolo, quizá también seamos conscientes de las veces que hemos tenido reacciones significativas. Quizá nos hayamos sorprendido a nosotros mismos dejándonos arrastrar por la emoción y gritando o pataleando.

Reconocer nuestros sentimientos de ira y sus expresiones, así como lo que los desencadena y en qué contextos se desarrollan, forma parte de la comprensión de esta emoción y del proceso de aprender a convivir con ella de manera más positiva.

El aprendizaje personal y el carácter de la ira

La ira es natural. Los seres humanos estamos diseñados para experimentarla, y cada persona la siente, reacciona ante ella y la entiende a su manera. Todo el mundo tiene también una historia de aprendizaje que da forma a su respuesta a la ira, y que desempeña un papel en el modo en que la experimenta, se relaciona con ella y la expresa. Las personas que nos han ayudado a criarnos forman parte de este cuadro biográfico. Lo que hemos aprendido de nuestros padres, amigos y otras personas de nuestro entorno social influye en la forma en que nos relacionamos con la ira en la actualidad.

Podemos hacernos una idea de lo que queremos decir a través de las historias que hemos comentado en el presente capítulo. Jerold aprendió que comportarse de manera agresiva siguiendo su ira servía para que los demás le tuvieran miedo. Aunque este comportamiento parecía ayudarle, al final lo condenó al fracaso. Si bien intentaba no sentirse vulnerable, su comportamiento agresivo solo le recordaba lo vulnerable que se sentía en realidad, lo que le sumergía en el ciclo de la ira. Por su parte, Ángela recibió reglas muy estrictas sobre la ira: no estaba permitida. También aprendió, siendo testigo de sus consecuencias destructivas, los peligros de la ira mal gestionada. Su historia le enseñó que la ira es incorrecta o negativa, incluso perjudicial. Explorar y comprender nuestra historia personal será valioso para empezar a entender lo que hemos aprendido sobre este sentimiento de quienes nos rodean, lo que nos dijeron acerca de ella y cómo se comportaban cuando estaban enfadados.



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