Diferentes actitudes familiares y educativas que perjudican el desarrollo emocional del niño.

Diferentes actitudes familiares y educativas que perjudican el desarrollo emocional del niño.

Vamos a definir algunas de las actitudes que, en el marco familiar y educativo, pueden influir limitando sus procesos de exploración, expansión y evolución. No se trata de crear un decálogo de actitudes inadecuadas, ni de explicarlas desde una perspectiva científica, sino de poner de manifiesto algunas maneras de proceder dentro del marco familiar que perjudican el desarrollo emocional de los niños. Por ello, las definiciones, a riesgo de parecer poco precisas para los profesionales, están enunciadas de manera sencilla. Algunas de estas actitudes son: proyección, posesividad, canalización, compensación, rechazo, sobreprotección y desidia.

Proyección. Es un mecanismo por el que el adulto atribuye al niño sus propias motivaciones, cualidades, pensamientos, deseos, sensaciones, emociones o sentimientos, es decir, que proyecta sobre él aquello que, consciente o inconscientemente, forma parte de su vida psíquica. Un ejemplo claro es el del padre o madre que obliga a su hijo a realizar unos determinados estudios porque él o ella, en su día, no los pudo cursar. La proyección es un acto cotidiano que pasa normalmente inadvertido; si el adulto siente frío, abriga al niño porque también debe tenerlo, o si es la hora de comer se da por supuesto que, al sentir hambre el adulto también la sentirá el niño y, aunque manifieste que no tiene hambre, se le obliga a comer porque es la hora y porque “ya deberías de tener hambre”.

Posesividad. Los hijos no son propiedad de los padres, son seres humanos que, temporalmente, están bajo su custodia, pero no a su servicio, sino que son los padres los que han de estar al servicio de los hijos en el sentido de acompañarlos en el proceso de preparación para su propia vida de adultos. La creencia y el sentimiento de posesividad sobre los hijos responde a una manera de entender el amor apegada, posesiva y egoica que, con el tiempo, no lleva a otra cosa que al sufrimiento. Es por ello que la educación de los niños debe basarse en los principios de autonomía y libertad, no en los de dependencia y control que, a menudo, tienen que ver más con los miedos y los apegos de los padres que con las necesidades educativas y vitales de los niños. Cuando una madre dice o piensa “mi hijo tiene que hacer lo que yo le digo, que para eso lo he parido”, o al producirse una separación de pareja afirma con miedo “es que voy a perder a mi niño”, aunque no se dé cuenta, está recurriendo a un sentimiento de posesividad y de propiedad que en nada favorece una relación sana.

Canalización. Toda familia es un sistema con dinámicas emocionales internas, de fuerzas que tiran hacia un lado y hacia el otro sin ser conscientes de ello. Estas dinámicas implican a todos los miembros de la familia, incluidos los niños, de modo que cada persona asume roles y actitudes (el responsable, la que puede con todo, el que es cuidador, el despreocupado). En los casos en los que la familia está desequilibrada, las pautas de interacción entre los miembros pueden llevar a que el niño asuma, inconscientemente, el rol de canalizador de las tensiones y conflictos, o incluso que la propia familia favorezca esa dinámica de modo que, el niño, evidencie trastornos consecuencia de la canalización de las tensiones y desequilibrios que se mantienen ocultos o ignorados. Algunas alteraciones de la conducta e, incluso, trastornos psíquicos sin causa aparente, tienen que ver con esto. Un ejemplo típico es el del niño que, ya pasados los siete u ocho años, empieza a hacerse pis por la noche sin que haya una causa aparente. Preguntando a los padres si hay algún problema en la familia estos se miran extrañados y comentan que llevan unos meses mal entre ellos pero que su hijo nunca los ha visto discutir ni sabe nada. En este caso el niño capta las energías que subyacen en el sistema familiar y manifiesta el estrés del sistema con el síntoma mencionado.

Compensación. Hay ocasiones en las que un padre o una madre actúa con el niño de manera impulsiva, agresiva o desmedida y más tarde trata de compensar su exceso dejando de lado la conducta inadecuada del niño. En otros casos, un padre se puede mostrar demasiado indulgente para compensar la actitud de una madre excesivamente exigente. Son desequilibrios dentro del sistema que, en lugar de abordarse directamente y cambiarse, se van compensando. Ese tipo de situaciones crean incertidumbre, desequilibrio e inseguridad ya que, muchas veces, estas conductas carecen de lógica aparente, estando relacionadas con el mundo interno de los adultos, sin que el niño entienda por qué se dan. Se hace necesario un abordaje claro y directo por parte de los adultos y no ir poniendo parches para compensar acciones inadecuadas y desequilibrantes.

Rechazo. Muchas pueden ser las causas por las que un niño se sienta rechazado, y no necesariamente los padres u otros adultos son conscientes de todas. Entre las causas, por poner algunos ejemplos, pueden estar el dedicar poco tiempo al niño y tratar de compensarlo con regalos. Otra situación en la que el niño podría sentir rechazo sería cuando el adulto recurre a la tan manida frase “si haces eso no te voy a querer” o “si te sigues portando así nadie te va a querer”, en la creencia de que así el niño se va a portar de otra manera. Se trata en este caso de un chantaje emocional que establece el ser aceptado o rechazado en función de la obediencia o el ser de una u otra manera. No se trata aquí de hacer un listado de causas, ya hay muchos estudios psicológicos sobre el tema, pero sí es la intención poner de manifiesto los efectos de actitudes adultas que, a menudo desde el desconocimiento, influyen en la relación con los hijos, en este caso con consecuencias para el niño tales como inmadurez emocional, vacío emocional, soledad, temores, auto rechazo, pérdida de la identidad o inestabilidad, etc.

Sobreprotección. Cuenta la leyenda que Siddhartha, nacido en torno al año 560 a.C. en el seno de una familia noble, fue mantenido por sus padres en el palacio familiar ajeno a la verdadera naturaleza de la vida hasta que, en una ocasión en la que salió del palacio, cumplidos los veintinueve años, vivió cuatro encuentros que cambiaron su vida: el primero fue con un viejo, el segundo con un leproso, el tercero con un difunto. Preguntando a su acompañante por aquellos encuentros con realidades desconocidas para él, este le contestó que eran la vejez, la enfermedad y la muerte. El cuarto encuentro fue con un monje mendicante de mirada serena y carácter apacible, este encuentro fue inspirador para Siddhartha, que decidió abandonar su privilegiada vida y partir en la búsqueda de una respuesta para los dolores del mundo. Pasados años de búsqueda, este niño sobreprotegido llegó a convertirse en un ser iluminado: Gautama Buda.

A veces hay padres que, de alguna manera, intentan proteger a sus hijos de los encuentros con lo doloroso de la vida, con el fin de que no se traumaticen o no sufran. Se produce en estos casos una confusión entre los conceptos de dolor y sufrimiento. Como bien apunta el maestro Eduardo Grecco: “el dolor enseña mientras que el sufrimiento bloquea el aprendizaje”. La actitud sobreprotectora, en ocasiones, tiene más que ver con las necesidades de los padres que con las de los hijos, hasta el punto que puede llegar a limitar seriamente el desarrollo del niño física, emocional y mentalmente. El papel de los padres tiene que ver con la protección, pero también con garantizar al niño la posibilidad de un proceso evolutivo pleno y en relación con la vida, no con una imagen de la vida creada desde el miedo o la idealización. No se trata de proteger de la vida, se trata de proteger para la vida, pues esta es todo lo que acontece. Lo mismo que cada uno de nosotros tenemos luces y sombras, la existencia en sí también las tiene. Mantener al niño alejado de ello es condenarlo a una vida de sufrimiento permanente por no permitirle vivir el dolor de manera ocasional y realizar los aprendizajes que ello conlleva.

Desidia. Puede entenderse como el descuido, es decir, la falta de cuidado, el abandono, la dejadez. La atención al niño no solo se refiere a alimentarlo, vestirlo y mandarlo a la escuela, el niño necesita nutrirse en todos sus planos para que su desarrollo sea pleno y armonioso. Así, se puede hablar de la nutrición física, la emocional, la mental y la espiritual o trascendente o, por el contrario, de desnutrición de alguno de estos planos. En ocasiones es una cuestión de desconocimiento, en otras se trata de desgana, de actitud inadecuada ante las necesidades de los niños, aun teniendo conciencia de aquello que, realmente, es necesario y beneficioso, sin olvidar que, en muchas ocasiones, no se puede realizar por incompatibilidad entre vida laboral y vida familiar. Sin embargo, en los últimos años parece haber surgido una tendencia familiar, educativa y social a atender al desarrollo del mundo emocional, tanto en adultos como en niños. Esta necesidad patente se pone de manifiesto en el interés por el bienestar personal como fuente de equilibrio y satisfacción, siendo una idea que ya muchos padres y profesionales trasladan al desarrollo en la niñez.

No es infrecuente mantener estas actitudes de manera inconsciente e incluso negarlas cuando alguien las comenta. Por ello, es conveniente hacer un ejercicio constante y honesto de autovaloración, para reconocer aquellas posturas desde las que el adulto se relaciona con el niño y tomar conciencia de los procesos internos que acompañan a la interacción.



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