Cómo cuidar el motor interior de tus hijos

Cómo cuidar el motor interior de tus hijos

1. Hacer camino al andar

Cuando todo colapsa. Una mañana de tantas

Érase una vez María: una de tantas adolescentes que te cruzas por la calle, en el supermercado o en la cola del cine. La María de este cuento, si se puede llamar así, tenía 15 años y era aparentemente feliz. No le había faltado nunca nada de eso que consideramos que hace grata la vida: unos padres atentos (aunque separados), dos hermanas, calor de hogar, una buena posición económica, buenos resultados en sus estudios, una familia grande, algún que otro viaje al extranjero, un idioma de más, talento para el baile y muchos “likes” en las redes sociales.

Sobre el papel, tenía todo para ser la protagonista de una portada de revista de sonrisa impecable. Su vida rodaba según lo previsto y parecía no haber ninguna señal significativa de que algo se hubiera salido de su carril más allá de la típica introversión e irritabilidad de la adolescencia.

Pero un día, un día de tantos, María se levantó tan aparentemente cansada como todos, se acercó a la cocina donde estaba su madre preparando el desayuno de siempre y le dijo muy serena:

—Mamá ya no voy a ir al colegio, me quiero quedar en la cama tranquila.

—¡No digas tonterías! –le dijo su madre sin gastar apenas energía–. A mí tampoco me apetece ir a trabajar y sin embargo aquí estoy, preparándoos el desayuno y corriendo para llegar a tiempo a mi oficina. Así es la vida hija. Venga, date prisa, ¡que ya vamos con retraso!

Pero María ni siquiera le dejó acabar su discurso. Se giró silenciosa, volvió tranquila por donde había venido y se metió de nuevo en la cama tras cerrar suavemente la puerta de su habitación.

Su madre, ya con un poco más de determinación, entró bruscamente detrás de ella sin entender muy bien por qué esa mañana su hija la sometía a ese juego a todas luces desafortunado.

— ¿Estás mala?, ¿te ha sentado algo mal?, ¿me contestas, por favor?...Pero, ¿de qué vas?

Carmen buscaba la mirada de su hija con alarmante urgencia cuando María se giró frente ella impasible, ida, vacía, inalterable, insólitamente indiferente. Su gélida mirada era algo nuevo.

La María de siempre, cuyas acciones Carmen preveía sin problemas, había desaparecido. El cuerpo de la niña que tenía delante hablaba de una determinación total de no moverse y en ese justo momento tomó conciencia de que todas las amenazas que ella pudiera enunciar serían inútiles. Tampoco tenía en ese momento la energía que requería sacar a María de su nuevo desafío por la fuerza.

Su buena hija mayor, su impecable niña de pelo largo y sonrisa amable, había cambiado de rumbo sin entender muy bien por qué.

Carmen se quedó desconcertada, pero no dejó sitio a esta alarma pues se perdió en la urgencia de su rutina como si nada. No había otra opción. Sus otros hijos tenían que llegar a tiempo a sus clases, así que siguió con el programa del lunes azorada y pensando que su hija le daría más tarde una explicación razonable a lo ocurrido. Siempre lo hacía. Pero no fue así.

—Mi hija se ha parado por dentro –me dijo cuando me llamó por teléfono tres días más tarde. Estoy muy angustiada. El lunes la dejé en la cama pensando que era un bajón, un mal momento. María nunca me ha dado problemas, es estudiosa y pensé que hasta podía tener derecho en su vida a cierto pataleo momentáneo. Pero hoy estamos a jueves y sigue igual. No ha salido de su dormitorio, apenas quiere comer nada de lo que le llevo, y no se ha duchado desde entonces.

Algo de todo esto me asusta, me asusta mucho. No es normal. Mi madre me dice que esas tonterías se quitan con un par de bofetadas bien dadas y mi ex que no le haga mucho caso; que se pasará; que la adolescencia tiene estas cosas. Pero esto no es normal, te digo yo que no lo es.

Y tenía razón. María se pasó un año metida en su habitación. Las dos veces que la forzaron a salir de ella le generaron sendos ataques de ansiedad y se pasó el mes de agosto ingresada en un centro psiquiátrico por depresión. Se negó a recibir a ninguna de sus amigas, dejó tirados en un rincón su móvil y su ordenador y tan solo toleraba la compañía de su perra

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