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¿Qué es amarse de verdad? ¿Es solo estar enamorados? ¿Es querer ante todo el bien del otro, su felicidad, incluso por delante de la propia? ¿Se trata acaso de algo todavía más profundo? Y, en caso afirmativo, ¿de qué? ¿Qué decimos cuando le decimos al otro «te quiero»? ¿A qué nos comprometemos en el amor? ¿Qué es elegirse para toda la vida? ¿Cómo y cuándo tomar esta decisión?
Con estas palabras se dirigen los discípulos a Jesús, reconociendo su incapacidad para llevar a cabo una auténtica oración, y confesando la necesidad de aprender a comunicarse con el Dios Padre.
Esa necesidad ha sido una constante en la historia del cristianismo, y parece adquirir un peso particular en el momento actual,
¿De qué hablamos cuando decimos misericordia? Puede que se trate de una palabra cuyo significado se haya perdido, o se haya devaluado. O puede también que ni siquiera tengamos una noción clara de en qué consiste.
La formación de los presbíteros –inicial o permanente– ha sido una preocupación constante en la vida de la Iglesia. En la actualidad debe adaptarse a unos tiempos necesitados de presbíteros cualificados y competentes en su labor evangelizadora al estilo del Concilio Vaticano II. Desde el punto de vista moral al presbítero le corresponde tomar decisiones que a veces son extremamente complejas…
¿Dónde, cómo se forjan nuestras creencias profundas, esas que dan sentido a nuestra vida? En una gran medida, en el ámbito de la familia. El testimonio de nuestros padres nos inclina en un sentido o en otro, nos hace ver las cosas desde una perspectiva.
La palabra de Dios es la palabra de la paz aborda la siguiente cuestión: «¿Por qué la paz es tan difícil de conseguir?». La hermana Patricia McCarthy nos ayuda a responder a esta pregunta con palabras claras y lúcidas. Y nos sugiere que escuchemos a los profetas de la Biblia y a Jesús de Nazaret, que es la Palabra de Dios.
Desde antiguo, el acontecimiento enigmático de la belleza estuvo aparejado gloriosamente con el arte más excelso. En los últimos tiempos, no pocos artistas parecen alejarse de la belleza. Y lo hacen sin nostalgia, como quien camina por una senda segura, sin preguntarse a dónde les conduce. Conceden la primacía al mero hacer, hacer obras, como si todo cuanto produce una persona…
La fe cristiana tiene como singularidad, origen e historia creer en un Dios que ha hablado a los hombres desde siempre y que ha venido a habitar entre ellos hace ahora dos mil años, encarnado en Jesús de Nazaret, muerto en una cruz y vuelto a llamar por Dios a la vida para conducir a la humanidad a su destino eterno. Sin embargo, esta revelación, recibida de la debilidad y de la locura de la cruz