Una alternativa al castigo en educación

Una alternativa al castigo en educación

Los castigos han sido tradicionalmente considerados como medicinas para restablecer una conducta inadecuada, discola o incorrecta. Asi como para restablecer la salud de un cuerpo enfermo se le suministra un determinado medicamento, del mismo modo para reorientar el comportamiento de un nino se ha de aplicar el correctivo correspondiente. La pedagogia punitiva busca los castigos indicados en cada caso, los remedios mas probados, las dosis mas adecuadas, incluso describe las contraindicaciones y los efectos secundarios

Castigar se ha entendido comunmente como una acción farmacológica que, en muchos casos, sólo viene a aliviar los sintomas. Ante un determinado comportamiento, se aplica el principio activo que se cree que puede inhibirlo, activarlo o corregirlo: “Te quedas sin”, “?Fuera de mi vista!”, “Pues ahora haces esto” o cualquiera de los tipos que hemos visto en el capitulo precedente.

Por lo general, en la educación de los hijos no sólo se suele abusar de los remedios punitivos, sino que existe cierta tendencia a una actitud paralela a la que en farmacologia se conoce como automedicación. Se van probando diferentes medidas disciplinarias e improvisando distintas estrategias segun la situación, teniendo como unico referente que alguna vez han dado resultado o por la inadmisible razón de que ya no se sabe qué mas hacer.

Los castigos mal planteados, frecuentes o excesivos suelen tener consecuencias semejantes a una incorrecta automedicación: no sólo no curan, sino que pueden tener efectos secundarios nocivos. En casos extremos se puede incluso aplicar aquello de “peor el remedio que la enfermedad”, porque castigar sin ton ni son es justamente lo que convierte a un castigo en castigo.

Ese tipo de correctivos pueden producir en los ninos dos extremos: lo que en psicologia se llama sensibilización o la correspondiente habituación.

La primera consiste en que el castigo provoca una fuerte reacción en el nino, lo que le puede llevar a temerlo y cambiar de actitud para evitarlo o también a rebotarse y no aceptarlo. El miedo a quedarse sin jugar puede hacer que se porte bien o que se rebele y se descontrole, como el nino que estuvo escondido durante un dia para evitar un castigo.

La habituación, por el contrario, hace que el acostumbramiento no le llegue a estimular lo suficiente, con lo que ningun correctivo es capaz ya de hacerle mella. Son esos ninos que “estan todo el dia castigados”, que han asumido estar sancionados como una forma natural de estar.

Por desgracia, existen muchos ninos intoxicados por un exceso de esa medicina punitiva que les aplican sus padres, ninos y adolescentes acostumbrados a funcionar gracias a una cierta dosis correctiva. Si falta el principio activo del castigo, se ven incapaces de actuar porque estan hechos a obrar motivados por algo extrinseco a ellos mismos.

Las consecuencias educativas sensatas (CES) no son medicamentos que se hayan de suministrar para corregir actitudes o comportamientos, sino, como ya hemos explicado, actuaciones que permiten que nuestros hijos sepan lo que han hecho mal y puedan corregirlo. No obstante, las CES tienen también su manual de uso, su prospecto.

Composición e indicaciones

Las CES estan compuestas por pequenas actuaciones educativas que surgen como consecuencia directa o indirecta de un comportamiento inadecuado. En su composición no entran elementos punitivos como los expuestos en el capitulo anterior, del tipo “te quedas sin”, sino acciones u omisiones que se derivan de manera natural o lógica de la conducta a corregir.

Asi, por ejemplo, entran en su composición la reflexión en solitario o acompanada, recoger lo que se ha tirado, ordenar los juguetes, colaborar en algun aspecto relacionado con el dano causado, disculparse, pedir perdón...

Los castigos sensatos han de servir para formar el sentido de la responsabilidad, pero para ello nuestros hijos deben conocer las repercusiones que tendran sus acciones. Si saben que dejar la habitación desordenada le va a acarrear perderse su programa preferido porque la tendra que ordenar antes de ponerse a ver la tele, sera mas facil que lo haga. Educar sin castigar no significa eliminar las normas; antes al contrario, implica tener muy claros los limites y exigir que se cumplan sin tener que llegar a enfados ni a improvisar castigos poco razonables.

Debemos escuchar sus razones antes de aplicar una consecuencia. Eso no significa que tengamos que aceptar cualquier excusa, pero si escuchar sus motivos. El intervalo que se provoca en ese pequeno dialogo nos permitira reflexionar y actuar con mayor sensatez. Y quiza el mutuo intercambio de razones sea suficiente para corregir y educar, que es lo que en el fondo se pretende. “Es que yo pensaba que...”, suele ser una evasiva muy utilizada. No obstante, hay que atender a sus razones, justamente para poder modificarlas. Si no se escucha, lo que él o ella pensaba lo seguira pensando. Algunos padres lo dicen medio en broma medio en serio: “Por si acaso, primero castigo y después escucho las excusas”, huelga decir que esa actitud ni siquiera como broma es aceptable.

Posologia

Un castigo sensato debe seguir con la menor dilación posible a la acción que se quiere sancionar, siempre proporcionalmente a la edad de nuestro hijo: cuanto mas pequeno menos tiempo ha de transcurrir entre la acción a corregir y su consecuencia. A un nino de cinco anos no podemos hacerle limpiar lo que ensució ayer, porque para él ese lapsus de tiempo hace que no relacione la acción con la corrección. Tal dilación puede ser efectiva en un adolescente, todo y que habra que tener en cuenta su madurez y su manera de ser. La percepción que tienen los ninos del tiempo no es la misma que la que tenemos los adultos. Si aplicamos nuestros parametros lo unico que lograremos sera sembrar el rencor en unos corazones donde tal sentimiento no cabe todavia. Seguramente también estaremos sin querer cultivando un reconcomio de venganza, porque, como se suele decir, “la venganza es un plato que se sirve frio”.

Siempre debemos explicar a nuestros hijos cómo deberian haber actuado: qué han hecho mal y cómo tendrian que haberlo hecho. Puede ocurrir que, si no se le explica, no sepa por qué se le corrige. Una nina nos decia: “Sé que he hecho algo mal cuando me castigan, pero no sé el qué”. Se entiende que este tipo de actuaciones no sólo no son efectivas, sino que confunden a quien las padece. No sólo no educan, sino que deseducan, porque soportar un castigo sin saber la razón se convierte en algo irracional

Hemos de tener como norma general recriminar o corregir en privado. Hacerlo delante de otros: hermanos, familiares, amigos... es anadir una dosis de crueldad innecesaria que, ademas, hace que se atienda mas al hecho de quedar en evidencia ante los demas que a corregir la metedura de pata. Deberiamos tomar como principio, no sólo en la familia sino en todos los ambitos en los que tratamos con personas, elogiar en publico y recriminar en privado.

Por supuesto, las CES que apliquemos deben estar relacionadas con la acción a premiar o a castigar. Si un hijo rompe un jarrón, el castigo debe ser, por una parte, proporcionado a la acción (jugar a la pelota en casa, por ejemplo) no al valor del jarrón, y, por otra, relacionado con lo que ha hecho, en este caso podria consistir en colaborar con su paga en la compra de otro, aunque sea a modo testimonial. Dejarle sin regalos de Navidad porque no ha estudiado lo suficiente o prometerle una bicicleta si saca buenas notas son correctivos o recompensas que estan en un plano diferente a la acción que se quiere reprender o premiar. Una forma mas adecuada de plantearlo seria quedarse en casa a hacer los deberes o regalarle un libro electrónico o una pelicula especial por haber sacado buenas notas. Lógicamente, habra que adecuarse a las circunstancias familiares y las caracteristicas de cada hijo.

Precauciones

Hemos de tener claro que los castigos sensatos no inciden “contra” las personas sino “en” las conductas. A un nino que se le reprende porque ha mentido no se le puede decir “eres un mentiroso”, y no solamente porque no lo es, sino porque lo que estamos intentando corregir es la mentira. “Tu no eres asi, qué raro que te hayas comportado de esta manera, pero eso que has hecho no ha estado bien”, ésta debe ser la actitud con la que aplicamos una consecuencia educativa sensata. No lo hacemos para fastidiarle, sino para educarle.

El objetivo al que debemos tender es a educar sin castigar, de modo que las medidas que tomemos en este sentido no han de ser habituales, sino excepcionales. En ningun caso, les han de privar de cosas positivas, como quedarse sin hacer deporte, sin visitar a los abuelos o sin un campamento de verano.

Una vez hemos decidido aplicar una CES, no debemos echarnos atras y levantar la sanción. En este sentido, los unicos castigados somos nosotros mismos que debemos controlar que nuestro hijo la cumpla. No tenemos que ser padres ni excesivamente blandos ni excesivamente estrictos, sino implicados hasta las ultimas consecuencias con nuestra labor. Hacer cumplir las normas resulta decisivo para poder educar.

Nunca debemos improvisar, sino pensar bien qué conducta queremos corregir y qué consecuencia vamos a emplear. Lo mejor es tenerlas pensadas, pero, en el caso en que nos pille de improviso, hemos de reflexionar antes de actuar. Lógicamente, no podemos dilatar demasiado la decisión, porque entonces no tendria efecto.

La ultima precaución que deberiamos tener muy en cuenta en todo el proceso educativo es lo que llamamos la “ley de la desproporción”. Tiene mucha mas fuerza formativa el elogio que la recriminación. Una persona responde mejor ante las alabanzas que ante las reprimendas. Estas ultimas generan una autoestima negativa, mientras que las primeras provocan optimismo. La “ley de la desproporción” adopta la forma matematica de 10:1, deberiamos felicitar a nuestros hijos diez veces por cada una que les reprendemos. Aplicarla requiere un esfuerzo porque la tendencia “normal” es la contraria; sin embargo, sus efectos resultan beneficiosos también 10 a 1.

Contraindicaciones: una torta bien dada nunca esta bien dada

Cunde cierta creencia de que un cachete a tiempo, una torta bien dada, soluciona muchos problemas educativos. Lo sentimos: no estamos de acuerdo. Lo venimos diciendo por activa y por pasiva: una torta bien dada nunca esta bien dada, un cachete a tiempo sigue siendo un cachete que tiene sus consecuencias a destiempo.

No se puede educar a bofetadas. De hecho, cuando se nos escapa una, sen-timos eso mismo: que se nos ha escapado, que se nos han acabado todos los argumentos educativos y hemos tenido que tirar de la fuerza fisica. “Llega un momento en que no puedo mas y le doy una torta”, nos confiesan muchas madres. Eso demuestra justamente que echamos mano, nunca mejor dicho, de la “oratoria de la zapatilla”, la que usa la mama de Manolito, el amigo de Mafalda, cuando nos sentimos nerviosos, impotentes, cansados... Y con tales premisas montamos un silogismo para justificar lo injustificable: la conveniencia educativa de la agresión fisica.

“Un cachete de vez en cuando le viene de maravilla”, suele ser otro argumento incontestable. Pero, ?a quién le viene bien: a la educación de nuestros hijos o a nuestra propia tranquilidad? Sigamos con mas cosas que, aunque no que-ramos reconocerlo, se dicen, como ésta: “No sé si sirvió para algo la bofetada que le solté, pero me quedé tan a gusto...”. ?Es posible que esto lo haya dicho un padre? Por desgracia, si.

No obstante, el argumento mas esgrimido es el del “cachete a tiempo”. Generalmente se utiliza en su valor condicional o de advertencia, por lo que se con-vierte en una falacia. “Si le hubiera dado un cachete a tiempo...”. Nadie puede decir qué hubiera pasado si se hubiera cumplido la prótasis, es decir, la condición. O... quiza si.

En cierto modo, eso es lo que intentó demostrar un estudio realizado por la American Academy of Pediatrics en 2012. La conclusión del estudio, que manejaba datos obtenidos de 34.000 personas adultas de Estados Unidos, fue que el castigo severo en la infancia (no los maltratos graves), se referia a empujones, golpes, bofetadas... esta relacionado con el desarrollo de desórdenes y enfermedades mentales en la edad adulta. Asi, la mania y la dependencia de drogas o alcohol aparecen en entre el 2% y el 5% de los que informaron haber sufrido ese tipo de castigos en su infancia. Con el tiempo, los ninos y ninas que recibieron un “cachete a tiempo” fueron mas propensos (entre el 4% y el 7%) a las paranoias, los comportamientos antisociales, la dependencia emocional o el narcisismo.

No hay un momento mejor que otro para dar un cachete a un hijo. El mejor momento es no darlo nunca. Un cachete a tiempo trae consecuencias en el tiempo: sabemos cuales son las negativas; las positivas no se han descrito.

La pedagogia no es una ciencia exacta y hay muchos aspectos opinables, lo cual no significa que no deban ser razonados. Los argumentos a favor de “un cachete a tiempo” o “una torta bien dada” los hemos escuchado muchas veces y siempre son polémicos. Hay padres a favor y padres en contra, con todo lujo de matices.









Extracto sacado del libro de Educar sin castigar de Pilar Guembe y Carlos Goni

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