La herida invisible: así sabotea tu presente el trauma infantil que no recuerdas

Ansiedad, relaciones tóxicas o una autocrítica feroz. El libro Padres que duelen revela cómo las cicatrices de la infancia, incluso las más sutiles, definen nuestra vida adulta.
Existe un malestar sordo que acompaña a muchas personas en su día a día. Se manifiesta como una ansiedad sin causa aparente, una tendencia a autosabotearse cuando el éxito está cerca, la elección recurrente de parejas que nos hacen daño o un sentimiento persistente de vacío que nada parece llenar. A menudo buscamos la raíz de estos problemas en el estrés laboral, en las decepciones recientes o en nuestra propia incapacidad. Sin embargo, ¿y si la verdadera causa fuera una herida invisible, una cicatriz emocional grabada a fuego en nuestros primeros años de vida? Esta es la premisa que explora con una lucidez abrumadora la psicóloga Beatriz Ortega en su libro Padres que duelen, un análisis profundo de cómo las dinámicas parentales tóxicas, mucho más allá del abuso físico evidente, moldean la arquitectura de nuestra psique y continúan dirigiendo nuestros pasos en la edad adulta, a menudo sin que seamos conscientes de ello.
La clave para entender este eco persistente reside en la teoría del apego. Durante la infancia, nuestros cuidadores son nuestro universo, el espejo en el que construimos nuestra identidad y el "puerto seguro" al que volvemos en busca de consuelo. Cuando ese puerto es impredecible, crítico o directamente amenazante, el niño no deja de querer a sus padres; deja de quererse a sí mismo. Como revela Ortega, el daño no solo proviene de lo que se hace —el grito, el golpe, la humillación—, sino también de lo que no se hace. La negligencia emocional, ese "silencio que hiere", enseña al niño que sus necesidades no importan. La sobreprotección, descrita como el "abuso de la protección", anula su autonomía y lo convierte en un adulto frágil e inseguro. Estas experiencias, aunque distintas, comparten un resultado devastador: comprometen la base de la autoestima y establecen un guion de vida marcado por la desconfianza, el miedo y la sensación de no ser suficiente.
En la edad adulta, ese guion no escrito se manifiesta de formas tan variadas como dolorosas. Las secuelas adoptan múltiples rostros. Aparecen en la figura de RESCATADORA, la mujer que, habiendo crecido como testigo de la violencia, desarrolla una codependencia que la lleva a buscar parejas problemáticas a las que "salvar", repitiendo su rol infantil. Se muestran en ESQUIVO, su hermano, que reaccionó al mismo trauma desarrollando un pánico a la intimidad y al conflicto. Lo vemos en RIGUROSO, cuyo Trastorno Obsesivo-Compulsivo es un intento desesperado por controlar un mundo interior caótico, forjado a base de comparaciones destructivas con su hermana "perfecta". O en FRUSTRADO, sumido en una depresión profunda por haber sacrificado su propia felicidad para cumplir con la lealtad impuesta por el chantaje emocional de sus padres. Como afirma la autora, «nadie se detesta a sí mismo si alguien antes no le ha enseñado a detestarse».
Quizás las formas más insidiosas de este maltrato son las que atacan directamente la percepción de la realidad. La invalidación constante, encapsulada en frases demoledoras como la que una madre le espeta a su hija SOLEDAD ante su llanto: «sécate esas lágrimas de cocodrilo y pon la mesa», enseña a reprimir las emociones hasta desconectarse de ellas. Aún más devastador es el gaslighting, esa manipulación psicológica en la que el abusador niega la realidad de la víctima hasta hacerla dudar de su propia cordura. Es el caso de CONFUSA, cuyo padre la maltrataba mientras su madre lo negaba todo, diciéndole que exageraba o que se lo había imaginado. Esta dinámica genera una disonancia tan profunda que la víctima pierde la confianza en su propio juicio, un lastre que puede arrastrar durante décadas y que, en muchos casos, conduce a adicciones como vía de escape para un dolor inenarrable.
Reconocer estas heridas no es un ejercicio de victimismo, sino un acto de valentía y el primer paso ineludible hacia la sanación. El libro de Ortega no solo diagnostica el dolor, sino que también ilumina un camino de salida. Un camino que pasa por validar nuestra propia historia, por permitirnos sentir la rabia y la tristeza reprimidas y, fundamentalmente, por conectar con ese "niño interior herido". Se trata de que el adulto que somos hoy le ofrezca a ese niño la protección, el amor y la aceptación que le fueron negados. Es un proceso arduo, pero transformador, que permite reescribir ese guion impuesto y dejar de ser un mero superviviente. Como resume de forma magistral la experta en trauma Judith Herman en una cita recogida en el libro: «Los niños que crecen en hogares violentos aprenden a sobrevivir, pero no a vivir». Y es precisamente eso, aprender a vivir en plenitud, el derecho fundamental que se puede empezar a reclamar al dar nombre a la herida invisible.
Sumarios
Un análisis del libro Padres que duelen revela cómo las experiencias de la infancia, desde la negligencia emocional hasta la sobreprotección, moldean la salud mental del adulto. El artículo explora las secuelas invisibles, como la ansiedad, la codependencia o la baja autoestima, y ofrece una perspectiva sobre el camino hacia la sanación.
¿Sientes que algo te frena en la vida? La causa podría estar en tu infancia. Basado en el libro de Beatriz Ortega, este artículo detalla cómo el maltrato parental, incluso en sus formas más sutiles, crea patrones de conducta y sufrimiento en la edad adulta, explicando por qué repetimos relaciones tóxicas o luchamos contra la autocrítica.
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