EL SANADOR HERIDO

EL SANADOR HERIDO

“Veo el sufrimiento, pero no es el mío y me salgo. Es la muerte de los otros. No creo tener menos miedo a la muerte ahora que antes. Quizás mas conciencia de lo que pueda ser. Yo creo que no me afecta por mecanismo de defensa. Hay una fase de acostumbramiento que ya he pasado. Al principio, en cambio, dormía con orfidal porque me habían soltado en el ruedo de todo el sufrimiento cuando hasta entonces yo había firmado solo dos certificados de defunción. Mi marido me decía que saliera de ahí porque me hacia sufrir. A veces me digo, al ver mi misma fecha de nacimiento: ¿Y por qué no me ha tocado a mi hoy?”.

Recuerdo haber participado en el funeral de un familiar de un psicólogo experto en duelo. Me preguntaba cómo serian sus próximos días de terapia, tras el entierro de quien era su punto de referencia, cómo podría escuchar a personas en duelo, si él tenia el corazón abierto en canal por el dolor de su propia pérdida. Me preguntaba, mas aun, cómo escucharía a los familiares de las personas que se han suicidado, cuando también él era un superviviente del azar, puesto que sobrevivió al internamiento en cuidados intensivos consecuencia de su intento autolítico.

Recuerdo, igualmente, que una de mis compañeras de trabajo en la Unidad de Cuidados Paliativos del Centro San Camilo, médico, me contaba que, cada vez que hacia un ingreso de un nuevo paciente en final de vida, sentía como si la llamaran a una película de cuyo guion se hacia cargo, pero que se tenia que salir de la película. Me decía:

“Veo el sufrimiento, pero no es el mío y me salgo. Es la muerte de los otros. No creo tener menos miedo a la muerte ahora que antes. Quizás mas conciencia de lo que pueda ser. Yo creo que no me afecta por mecanismo de defensa. Hay una fase de acostumbramiento que ya he pasado. Al principio, en cambio, dormía con orfidal porque me habían soltado en el ruedo de todo el sufrimiento cuando hasta entonces yo había firmado solo dos certificados de defunción. Mi marido me decía que saliera de ahí porque me hacia sufrir. A veces me digo, al ver mi misma fecha de nacimiento: ¿Y por qué no me ha tocado a mi hoy?”.

Me impactaron mucho aquellas visitas a la cárcel, donde hice una investigación de campo con abusadores sexuales de menores. Uno de ellos, me habló de “su necesidad de sentirse necesitado”. Lo percibí como una perversión de la relación, pero me sorprendió que, al ver pasar a un asistente espiritual, funcionario, espetó: “Mira: es una persona buena, pero creo que también él necesita sentirse necesitado”.

Una pregunta saludable para los profesionales de relaciones de ayuda es, efectivamente: ¿Cuál es mi herida que subyace al deseo de ayudar a los demás?, ¿qué heridas mías se despiertan cuando entablo relaciones de ayuda con otros?

La imagen del sanador herido (que cada vez se emplea mas en la literatura médica, psicológica y espiritual) sirve para poner en evidencia el proceso interior al que son llamados todos cuantos prestan ayuda a quien atraviesa un momento difícil en la vida, marcado por el sufrimiento físico, psíquico o espiritual. Significa, pues, el reconocimiento, la aceptación y la integración de las propias heridas, de la propia vulnerabilidad y condición de finitud.

El poder humanizador de esta imagen radica en el hecho de que constituye un ejercicio de humildad y de aprendizaje, que los profesionales del cuidado pueden realizar, a partir del reconocimiento de la propia humanidad, hecha no solo de recursos –conocimientos, habilidades, destrezas, roles…– sino también de fragilidades, de toda índole que, bien utilizadas, pueden, precisamente, transformar a los profesionales en mejores personas. Si, mas humanas porque mas dueñas de su pensar, de su decir, de su hacer, mas utilizadoras del potencial entrañable que nace precisamente de la propia fragilidad.

Estas paginas quieren explorar la metáfora del sanador herido, difundida en parte sin conocimiento de su historia y su profundidad. Quieren aportar algunas reflexiones de las implicaciones que tiene el hecho de que los profesionales de la relación de ayuda, en salud, en intervención social, en diferentes formas de terapia, se reconozcan a si mismos como sanadores heridos.

 

El ayudante empático –metafóricamente hablando– “baja al pozo” del otro (identificación) y ha de “salir del pozo” (separación). Son la segunda y la tercera fase (repercusión e incorporación) las que evocan el eco de la empatía que nos hace reconocernos sanadores heridos. Entrar en el mundo del otro (su “pozo”) es el único modo de adoptar su marco de referencia, su punto de vista. Salir de él es necesario para no sostener una identificación que supondría un severo riesgo de burn-out. Darse cuenta de que el que entra en “el pozo” del otro, se moja, algo le salpica, y es evocado el mundo de “los propios pozos”, de la propia fragilidad, de las propias dificultades, es lo que nos pasa si realmente somos empáticos.




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