HUMANIZAR LA SOLEDAD

HUMANIZAR LA SOLEDAD

Escribir sobre la soledad, como una idea única, es como querer alcanzar un sueno paradójico, ya que todos los seres humanos tenemos una opinión sobre ella y cada uno da una versión diferente al otro sobre su naturaleza. La soledad tiene tantas caras como rostros tienen los seres humanos, lo cual hace difícil definirla.

La razón es bien simple, ya que la soledad es inspiración donde el amado sueña con la amada. Es tema de canciones románticas donde la solitaria mujer habla con las sombras de los que estuvieron y ya no están. Es lugar filosófico de encuentro con las ideas y los interrogantes de la vida. Es territorio psíquico donde caben la cordura y la locura, el optimismo y la depresión, la pasión por la vida y las ideaciones suicidas, las serenidades y las obsesiones y las sensateces y las demencias. Es protectorado del alma que facilita la apertura de espacios de experiencia mística. Es terreno de encuentro con nosotros mismos. Es calabozo vital impuesto por la necesidad de compañía no satisfecha.

La soledad puede ser recinto acogedor de emociones, rincón de angustia, paraje de miedo, punto de encuentro con la amargura, pero en otras ocasiones puede ser una zona acotada para la alegría y la comunicación. Puede ser espacio buscado y amado para algunos o inmensidad agónica de la que se desea escapar para otros. Puede ser vida y puede ser muerte. Puede ser hipótesis y teoría. Creación y destrucción. Puede ser intuición, discernimiento, sagacidad e imaginación o también ceguera, inhibición, retraimiento y desesperación. Se puede presentar como algo pasajero, puntual y efímero o como una manifestación crónica, permanente, endémica y grave.

Según esto, podemos decir que la soledad, por sus múltiples manifestaciones, es esencia vital y forma parte de la vida. Jean Paul Sartre decía: “El hombre esta condenado a ser libre”.

Evidentemente esta frase, a simple vista, implica una contradicción, ya que estar condenado significa no ser libre, pero el sentido va más allá de lo puramente literal, ya que significa que la libertad es algo propio del ser humano.

¿Podríamos decir lo mismo de la soledad? ¿Estamos condenados a la soledad? ¿Es algo tan humano que forma parte de todos y cada uno de nosotros?

¿Odiamos o amamos la soledad? ¿La buscamos o huimos de ella? ¿La aceptamos como parte consustancial a nosotros o la disfrazamos con engaños, trampas, seducciones y fingimientos para no reconciliarnos con su “presencia”? ¿Es posible acoger la soledad del saber estar con nosotros mismos en un mundo lleno de ruidos, redes sociales y distractores? ¿Nos dejamos atrapar por la algarabía escandalosa de esta época, llena de griterío, huyendo de lo fundamental? o por el contrario, como dice Zubiri, si la persona sabe quedarse a solas consigo misma, empieza a no serle tan insostenible su soledad y comienza a no encontrarse tan extraño.

¿La soledad es un lugar, es un vacío, es un encuentro, es un sentimiento? ¿Qué es la soledad? ¿Hay asuntos vitales que requieren de la soledad o es un espacio que hay que esquivar? ¿Por qué huimos de ella, qué es entonces lo que hace odiosa la soledad para muchos? Nuestras actitudes, experiencias y vivencias determinan nuestra propia visión sobre la soledad. ¿Qué determina nuestra capacidad de entender la soledad como un espacio de libertad o como una condena?

Antes o después la soledad nos visitará. Para poder tratar con ella y saber con cuál de sus múltiples caras nos mira, más nos vale conocerla.




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