LLEGAR A LOS ALUMNOS "A LOS QUE ES IMPOSIBLE ENSEÑAR"

LLEGAR A LOS ALUMNOS "A LOS QUE ES IMPOSIBLE ENSEÑAR"

LA ENSEÑANZA BASADA EN EL APEGO - LOUIS COZOLINO

CAPÍTULO 5. - Llegar a los alumnos "a los que es imposible enseñar"

Como profesora de la enseñanza pública, Marva Collins llegó a creer que los alumnos no tendrían éxito en un sistema en el que el prejuicio y el fracaso eran la norma y en el que no se prestaba atención al bienestar emocional de los mismos. Se dio cuenta  de que el hecho de llegar a los alumnos en situación de riesgo y de enseñarles requeriría un ambiente acogedor y propicio que se pareciese a una familia entregada. Cuando ya no pudo soportar ver lo que había denominado “la institucionalización del fracaso”, sacó 5.000 dólares de su fondo de pensiones y abrió la Westside Preparatory School en el último piso de su casa de piedra de Chicago. Su misión consistía en enseñar a los fracasados, a los que abandonaban la escuela y a quienes el sistema consideraba que no se les podía enseñar.

La señorita Collins le daba la bienvenida a cada nuevo alumno con un ataque contra la vergüenza: “Dale la bienvenida al éxito y dile adiós al fracaso, porque no vas a fracasar. No voy a dejar que fracases. Estás aquí para ganar, naciste para ganar, y, si tengo que preocuparme por ti más de lo que tú mismo te preocupas por ti, así será” (1992, p. 16). Al adoptar esta postura firme y cariñosa, se volvió emocionalmente disponible al tiempo que estableció las expectativas y los valores de su nueva tribu.

Su mensaje era simple –no hay milagros en la educación de éxito; tan solo hace falta un compromiso continuo y una determinación basada en el amor y en la seguridad-. Reconoció los efectos devastadores del fracaso, del rechazo y de la vergüenza en los rostros de sus alumnos, y se reunió con total dedicación y amor. Su filosofía de la educación se basaba en la humanidad, en la compasión y en un reconocimiento del niño total –una filosofía similar a las culturas tribales, que consideran a los niños regalos de Dios-.

Mientras que la mayoría de profesores se centran en los alumnos brillantes que se sientan en la parte delantera de la clase, Collins buscaba a los “niños sucios” que se sentaban en la parte trasera del aula o que estaban aislados en el patio. Estos niños eran víctimas de desatención o de abusos en casa, no disfrutaban de comida caliente y no habían aprendido a preocuparse lo suficiente de sí mismos para instruirse. Collins recomienda a los profesores que vayan a la parte trasera del aula y que encuentren maneras de relacionar a esos alumnos con los demás. Asimismo, anima a los profesores a decir algo positivo sobre cada alumno todos los días.

Collins contaba una historia de un alumno que nunca había tenido un rendimiento óptimo en la escuela, que parecía completamente desmotivado y que se había dado por vencido. Día tras día, Collins se sentaba a su lado, hacía su trabajo por él y le ponía la máxima calificación. El alumno estaba sorprendido y pensaba que su profesora estaba loca. Su madre incluso se quejó a Collins de que algo no funcionaba bien en la escuela si su hijo no dejaba de sacar tan buenas calificaciones. Su estrategia consistía en acostumbrarle a recibir estas buenas notas, en enseñarle a ser un alumno orgulloso y a que su orgullo y su autoestima apoyasen su aprendizaje. Cada vez participó más en sus tareas y, finalmente, terminó por dominarlas.

En lugar de las consecuencias y el castigo, la disciplina de Collins adoptaba la forma de lecciones amorosas diseñadas para enseñar y para reconectar con sus alumnos.

Y dijo: “Cuando tengas que reprender a un niño, hazlo de una manera cariñosa. No trates de degradarlo o de humillarlo. Su ego es algo preciado que vale la pena preservar. Trata de decirle: “Te quiero mucho, pero no tendré esa clase de comportamiento” (1992, p. 196). Les devolvió la salud intelectual a sus niños emocionalmente heridos al cuidar de ellos como si fueran sus hijos, diciendo: “Los grandes profesores no envían a los niños al despacho del directo. Se acercan al niño, lo abrazan y le dicen que se preocupan por él” (p. 36).

Sostenía que, cuando los niños se sienten bien consigo mismos, no tiene ninguna razón para portarse mal. El hecho de comportarse mal es una señal de que sucede algo dentro del niño, que carece de la capacidad para expresar sus sentimientos. Si estos niños son abandonados a su suerte y se meten en problemas, resulta mucho más difícil llegar a ellos si todavía no se ha establecido una conexión. Cuando los niños se sienten abandonados y no queridos, experimentan una sensación de vacío, y esta vacuidad se llena de dolor, de rabia y de violencia. Las propias experiencias de Collins le enseñaron que el hecho de amar a sus alumnos reducía el miedo que impulsa su rebelión.

                                                                     



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